El héroe y la heroína
Encendió un cigarro que después de tres fumadas apagó en el cenicero. Prendió una más. Tenía un termo con agua caliente y una matera a la mano. Había decidido no dormir en tres noches; necesitaba todo el tiempo para pensar. Dio un sorbo al mate y vertió más líquido. Mordía sus dedos ansiosamente, se alborotaba el cabello, veía el reloj. Pinche Gabriel, pensó; no, pendeja yo por dejarme embarcar. Sabían su número telefónico y que ella guardaba los paquetes. Dónde estará ese güey, de seguro ya se lo quebraron. Movió un poco las cortinas para ver si el coche blanco seguía en la acera. Ya no estaba. A lo mejor no era de ellos pero seguro la tenían checada. Prendió la lámpara de la mesilla y marcó el redial del teléfono. Apagó la luz. El número era de un celular; sonó dos veces y luego el buzón. Gabriel, no me hagas esto. Volvió a marcar, esta vez fue directo a la contestadora. Tocaron la puerta.
Camina por el pasillo, sin maletas, con su niño. Boletos en mano se dirige a la zona de registro. Toma lugar en la fila; se acomoda al crío y le remueve la manta del rostro, lo mira y vuelve a taparlo suavemente. Detrás suyo se forma una señora que carga a una niña.
— ¿Viaja nomás con su hijo? —escucha a sus espaldas.
Se vuelve con calma y le sonríe a la desconocida.
—Sí. De ida y vuelta, mi mamá se puso mala. Y como mañana tengo que ir al trabajo y Pablito a la escuela… Usted también viene sola.
—No, ahí anda mi marido. Se fue a sentar mientras llego al mostrador.
—Y por qué no le deja a la niña.
—Híjole, es que si la suelto, se despierta.
—Yo también prefiero que se quede dormido hasta que lleguemos.
— ¿Cuántos años tiene?
—Tres —le destapa de nuevo el rostro, le da un beso y lo vuelve a cubrir.
La fila avanza rápido. Al cabo de pocos minutos llegan al mostrador. La recepcionista pide los boletos y los registra en la computadora.
— ¿Va a utilizar dos asientos? Podemos hacer que le reembolsen el de su hijo, si gusta.
—No, está bien así. Por si acaso, para ir más cómodos.
Vuelve a descubrir el rostro del niño, se acerca para besarle la mejilla, pero algo llama su atención.
— ¿Tendrá un cleanex señorita? —una gota de sangre escurre de la nariz del infante. La encargada ofrece un pañuelo desechable.
Los golpes en la puerta no sonaban agresivos. Se asomó por la mirilla. No se veía a nadie. Retrocedió asustada. Volvieron a tocar. Corrió los seguros, dejando colocada la cadena y abrió.
—Danielito, eres tú. Espera un momento, voy a cerrar para remover la traba.
Corrió a la mesa y guardó los paquetes en una maleta. Me lleva la chingada, lo que me faltaba.
—Pásale. ¿Otra vez tu mamá se fue al salón?
—Sí.
—Híjole Dani, no tengo luz, no puedo ponerte una película, tampoco podremos armar rompecabezas —le dijo al pequeño, intentándolo persuadir. Cerró la puerta para evitar sorpresas.
—Bueno —avanzó hasta la mitad de la sala, se arrodilló frente a la morsa disecada y comenzó a jugar con el cuerpo tieso del animal.
—No, no entiendes. Ahora no te puedes quedar. Tengo muchas cosas que hacer, carajo —hincaba la uña en el pellejo del dedo gordo.
— ¿Qué se cree tu madre? ¿Qué puede hacer esto sin avisar? Como si no tuviera suficientes problemas. ¡A mí nadie me ayuda! ¡Ni siquiera las putas gracias! Oye, aquí tienes cien varos por darle de cenar todas las noches al escuincle, ¡ni eso, chinga! O por lo menos, sabes qué, yo soy fulanita, la mamá de Daniel, te doy las gracias por hacerme el paro. ¡Puta madre, todos me agarran de su pendeja!, ¡todo para allá, y nada para acá!, ¡nunca! ¡Chinguen a su madre!
Jaló el tótem que usa de perchero con tanta violencia que golpeó contra la mesa de centro haciéndola estallar. El niño sólo se encogió de hombros y siguió con lo suyo.
El departamento quedó en silencio. Sonó el teléfono. Ahí están otra vez esos putos. Dejó que sonara tres veces. Miraba a la puerta esperando que al siguiente timbrazo la derribaran. Estiró la mano y descolgó.
— ¿Bueno?
—Ya estuvo cabrona, pasado mañana, la mercancía Torreón o te carga la chingada.
Colgaron. ¡Puta madre!
—Pero tú me vas ayudar ¿verdad nene?
El pequeño asintió mientras descubría el vientre del animal para recorrer las costuras con el dedo.
—Porque tú sabes que todo cuesta ¿eh?, y cuánto hecho por ti. Y te voy a dar chance de que seas mi héroe, el que me salve de esta pinche mortificación. Tú vas a arreglarlo todo, hoy mismo. Se acabó. No tendremos más problemas. Porque con la inútil de tu madre vas a sufrir toda la vida. Pero si me ayudas, solucionamos lo tuyo y lo mío de una vez. ¿Me quieres ayudar?
El niño desató un hilo y mirando sobre su hombro afirmó.
— ¿Seguro? ¿Aunque duela un poquito?
Daniel repitió el gesto por tercera vez.
—Bueno, ven, sígueme al baño.
De camino tomó la maleta y un frasco con formol donde guardaba el feto de un lobo. Cerró la puerta con seguro. Al cabo de un minuto, salió del cuarto y se dirigió a la cocina. Allí cogió del mueble un cajón completo y regresó.
Cruza el gusano y busca sus lugares. Se sienta junto a la ventana, en los asientos frente al baño. Descubre el rostro del niño, mira sus ojos mortecinos, le soba el vientre y las costuras que van de la ingle al pecho. Lo besa y suspira. Al regreso la aguarda una nueva vida, con unos cuántos dólares, lo que le den por lástima en Torreón hasta que otro héroe la rescate de la miseria.
1 Comments:
¡què chingòn escribes!
mientras te leia, dejò de existir todo...
y eso està ¡POCA MADRE!
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